Solo se puede ser el más brillante gobernante de un país si se es un gobernante por naturaleza, si se nace para serlo, si contiene en su ser las virtudes de los buenos gobernantes, que puliéndolas, perfeccionándolas, experimentándolas llega a la excelencia.
Quien es capaz de otorgar paz, buen vivir, desarrollo óptimo para su pueblo y para el resto de la humanidad presente y futura. Quien tiene una tremenda visión de buen camino para su pueblo, quien es capaz de adelantarse, al menos, siglos para el bien de ese pueblo. Quien es capaz de entender su tiempo y en su devenir, de trazar rutas seguras de su caminar y saber llegar a ese futuro deseado, incluso haber delineado los contornos de la tierra prometida. Será profeta, apóstol, sacerdote, arquitecto e ingeniero de ese lugar deseado. Sabrá tomar decisiones pertinentes para la construcción de ese futuro deseado. Por ejemplo, en tan solo en una frase Jesucristo delineó lo mejor para la humanidad: “a Dios lo que es de Dios y al César a lo que es del César.” Fue una extraordinaria línea de buen gobierno que ha durado siglos. O por qué no valorar la importancia de la soberanía del pueblo y no del monarca. O de la tesis de la división de los poderes. Así, muchas tesis que surgieron de aquellas personas que observaron el desempeño de los gobiernos o de las experiencias de los propios gobernantes no se olvidan.
O la valoración en su justa dimensión de aquellos gobernantes que argumentaron ser representantes de los dioses en la tierra, que gobernaban en nombre de ellos, tremenda legitimidad para ello. O aquellos que transformaron la legitimidad divina en legitimidad terrenal al declarar que gobernaban bajo la dirección de las leyes positivas y no de las leyes divinas, mucho menos en la sola voluntad del monarca. La formulación de nuevos paradigmas para el bien de los pueblos, naciones, Estados y lograr un orden mundial más justo, son nuevas necesidades vitales.
Hemos sostenido que se debe ser gobernante por naturaleza. Con esto queremos decir que el gobernante se debe ubicar en su tiempo, cuestionar objetivamente las verdades de su tiempo, siempre considerarlas como verdades relativas, El tiempo de los hechos, de las cosas, de las teorías científicas y filosóficas se deben de tomar en cuenta. A partir de aquí ya estaremos en posibilidades de plantear nuevos paradigmas, que con el tiempo, seguramente perderán su utilidad. Por ejemplo: se debe de entender el proceso de transición del Nuevo Orden Mundial de estos momentos. Qué papel están desempeñando los avances en las ciencias y en las tecnologías en las sociedades y en los gobiernos. Ante los grandes problemas mundiales como el deterioro ecológico, los desastres naturales, las plagas y pandemias, qué previsiones de pueden tomar. Vale la pena ir pensando en un gobierno mundial de acuerdo a un mundo plural sin hegemonías de ninguna especie.
Será hora de cuestionar los rendimientos para las sociedades de las teorías políticas, deberemos de abandonar a la política como fundamento del poder y cambiarlo por el Compromiso.
Fundamentar el fin de la política como poder, o por lo menos distinguir entre el poder de la política y la política del poder. Se debe poner fin al maquiavelismo y de todas sus consecuencias y sustituirlo por el Arte de la Prudencia. Se deberá combatir la burocratización de la gestión pública y buscar alternativas más eficaces de solución a los problemas colectivos y públicos. Debemos de pensar que el exceso de leyes fomenta las torpezas de los gobiernos, de las administraciones públicas y del Estado. Debemos plantearnos si las sociedades ya no se deben de gobernar sino de administrar, que significa “servir a”.
Es evidente que todo lo planteado no puede ser producto de una sola mente, sino de un colectivo, de una tendencia, de un compromiso. De un enorme esfuerzo teórico, metodológico, epistemológico y filosófico. En la historia humana han existido gobernantes que han contribuido a la realización de un mundo mejor, como el caso de Inocencio III que fue capaz de fortalecer e institucionalizar el poder de la iglesia católica al inicio del primer milenio de nuestra Era. Fue capaz de establecer la idea de que el Papa era el representante de Dios en la tierra; que el matrimonio era indisoluble, solo la iglesia lo podía permitir; inventó la confesión, la institucionalizó haciéndola obligatoria; institucionalizó también el diezmo; Inocencio III hizo de la iglesia católica la institución que, desde entonces, ha movido mentes y corazones de millones de personas y la convirtió en factor real de poder en la tierra (Laveaga: 2023). Así que nuevos gobernantes: mucha imaginación y creatividad.